La calle Embajadores es, quizás, una de las que más contraste ofrece del callejero de Madrid. Bueno, para ser más exacto, el tramo que va desde la Glorieta de Embajadores hasta la Plaza de Cascorro, donde empieza. Porque la calle es mucho más larga, termina donde nace la Avenida del Planetario, al sur de Madrid. Esta distancia, de aproximadamente un kilómetro, sirve de frontera entre dos de los barrios más bohemios y multiculturales del centro de la capital, Lavapiés y La Latina. En los últimos cinco años, los vecinos de ambos barrios han sido testigos de una remodelación provocada por dos procesos diferentes pero hilados: la turificación y la gentrificación.
Texto y fotos: Alfonso Álvarez Dardet

Antes, los comercios de la calle Embajadores estaban enfocados a una clientela más familiar. Hoy, tanto los negocios como el tipo de viandantes han cambiado. Si bien es cierto que Lavapiés y La Latina son dos barrios acostumbrados al ir y venir de sus vecinos, la popularización de ambas zonas y el éxodo de los vecinos de Malasaña al sur de Madrid, por los altos precios de los alquileres, han hecho que las calles se llenen de estudiantes, turistas y en general, gente de paso que aprecia más un local ecológico que una charcutería o una ferretería.
Nuevos inquilinos
Por ese motivo, no es de extrañar que, junto a bares y locales de toda la vida, florezcan nuevos negocios dirigidos a satisfacer las necesidades de sus nuevos inquilinos. Y claro, como es normal, se forman situaciones rocambolescas, como que en apenas un kilómetro de calle convivan hasta seis peluquerías o cuatro tiendas de productos ecológicos que además son bares. Es cierto que por el momento público no falta, pero la situación también obliga a familias o vecinos que llevan muchos años en el barrio a tener que irse, o bien por la subida de los precios de los alquileres o porque ya no saben dónde ir a comprar las necesidades básicas.
El tramo de la calle que nos ocupa comienza en la Glorieta de Embajadores, allí comparte acera con el Centro Cultural de Tabacalera, un espacio multidisciplinar que antaño fue la fábrica de tabaco de Madrid. Si quieres visitarla, tienes que saber que a ciertas horas del día la puerta está cerrada. Si es así, no te desanimes, solo llama a la puerta y espera a que te abran. El centro ofrece diversos talleres, desde clases de guitarra, Yoga, teatro… y con la única condición de que a cambio cedas una hora de tu tiempo para el mantenimiento del espacio, una ganga, ¿verdad? Además de las clases, también cuenta con un bar, una tienda de ropa, salas con exposiciones de arte y en ocasiones, conciertos.

Mercado y “meeting point”
A pocos metros de Tabacalera se encuentra el mercado de San Fernando. Hace cinco años era un mercado normal con los típicos puestos de toda la vida. De un tiempo a esta parte empezó a ocupar el espacio sangre nueva y se transformó en un lugar donde además de hacer la compra, puedes tomarte una caña y disfrutar con tus amigos, al mediodía, de un tapeo bastante digno y con un ambiente excepcional, especialmente los sábados por la mañana. Es como cualquier otro mercado gourmet de Madrid, pero con el aliciente de que es un poco más barato.
Alejandro se hizo con uno de aquellos locales hace cinco años, Los Panchitos. “Había muchos espacios vacíos y muy pocos puestos en el mercado abiertos. Mi tienda es de quesos, vinos, conservas, mermeladas, miel, etc. Entre semana es de venta de diario y los fines de semana se complementa con el tapeo, las carnicerías y tiendas de verduras que llevan más tiempo aquí”, explica un miércoles por la tarde mientras espera que aparezca algún cliente.
También, hace seis años, Elena abrió un local dentro del Mercado, pero ella apostó por la lectura. “Cuando entramos había muchos puestos libres, se pusieron en régimen de alquiler y llegamos gente nueva. En ese momento se abrieron locales de alimentación con la lógica de un mercado municipal de abastos. En los últimos años se ha ido viendo una deriva en el barrio muy fuerte por culpa de los pisos turísticos. Hay una presión muy grande para que parezca que todos los negocios que se abren están dirigidos a la hostelería”.

«Andar por la calle Embajadores un día soleado es una gozada. No solo por la vida constante que atesora el barrio, también porque es un ejemplo de arte callejero»
Street art
Andar por la calle Embajadores un día soleado es una gozada. No solo por la vida constante que atesora el barrio, también porque es un ejemplo de arte callejero. Las paredes de los edificios son lienzos en blanco para la imaginación de los artistas. A medida que subes dirección a la plaza de Cascorro ves, y sientes, amontonarse la multitud, que se relaja en las terrazas de a un lado y a otro de la acera. A mitad de camino, como un espejismo, te encuentras con la joya de la corona, el teatro Kamikaze. Este espacio escénico, antaño fue la sede del teatro Clásico y ahora es uno de los templos de las artes escénicas de Madrid.
De jueves a domingo, los teatreros de una parte y otra de la ciudad se amotinan a la entrada para disfrutar de una de las funciones programadas por el director Miguel del Arco y el actor Israel Elejalde. A la salida, las bocas sedientas de cerveza y cultura se dispersan por los locales aledaños, la idea de que el mundo da vueltas sin parar se concentra en esta calle de apenas un kilómetro. Si subes un domingo por la mañana, ya sabes que a comienzos de la plaza del Cascorro esta cortado, y es que te das de bruces con El Rastro.

Los bares
Por el camino, es menester hablar con los comerciantes y dueños de los bares. En su mayoría son gente del barrio y todos se conocen entre sí. Roberto es uno de los socios de la tasca Barea, que lleva abierta seis meses. “Llevo 20 años viviendo en el barrio y me surgió la idea de montar un negocio. Ahora está cambiando mucho, antes esta calle era una zona de venta al mayor y ahora está en proceso de gentrificación. Hay aspectos positivos y negativos. No somos ajenos a esta realidad y quisimos evitar la homogenización de la gentrificación, así que nos decantamos por un bar asequible para el bolsillo de los vecinos”.
Contrastes
Pese a toda esta nueva modernidad, todavía perduran negocios de toda la vida como ferreterías o panaderías y también, incluso, una tienda que repara bicicletas. Enric lleva cinco años viviendo en Lavapiés, y es uno de los socios, ha sido testigo de la evolución de la calle Embajadores: “Antes había bares enfocados a personas mayores y ahora a gente más joven y con más recursos. No siempre responde a las necesidades del barrio, la gente que vive aquí a veces no tiene recursos para disfrutar los nuevos negocios, me parece problemático”. Una calle con contrastes.

Calle Embajadores
Esta calle ya aparece en los planos del cartógrafo portugués Teixeira, en 1656. El nombre responde a una tradición más antigua según la cual, un brote de peste en el Madrid de Juan II de Castilla, obligó a instalar a los embajadores de las cortes extranjeras en las casas de campo y alquerías que había en los descampados que se abrían al sur de la Villa, para así evitar contagios. La ensenada que sirvió de punto de reunión y refugio a dichos embajadores quedó como nombre popular del lugar
Plaza de Cascorro
Plaza dedicada a los hérores españoles de la guerra de Cuba que defendieron la localidad cubana de Cascorro, como los soldados Eloy Gonzalo (su estatua preside la plaza) y Carlos Cliemht Garcés.

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