Y el público calló. Nadie alzó la mano, no se pidió el micrófono. Perplejos, bajo los focos, los dramaturgos siguieron disertando un poco más sobre el proceso de creación, las dificultades que afrontaron, sus planteamientos…Hacían tiempo para que los actores se presentaran, ahora despojados de sus respectivas máscaras, otra vez encima del escenario. Pensaban que con su presencia el Respetable lanzaría sus rosas o sus tomates sin pudor, sin piedad. Pero los actores llegaron y nada ocurrió. Los actores, esos seres majestuosos, emisores de cegadora luz unos minutos antes, aparecían ahora turbados de humildad, en apacible reposo. Miré extrañado a mi espalda, pensando que quizás todo el mundo se había marchado, tras dos horas de trepidante vaivén de emoción rítmica. Ni uno solo había abandonado su butaca. Permanecimos allí, aferrados a los ecos que aún resonaban con fuerza del espléndido mazazo que acabábamos de vivir. Deslumbrados, ninguna mano osaba alzarse.
Y así es este Ricardo III del Teatro Pavón. Así es este Ricardo III de Israel Elejalde y Miguel Del Arco, junto a Antonio Rojano. No se nos puede pedir, a los alucinados espectadores, que emitamos una opinión o planteemos preguntas nada mas encenderse las luces de platea. Así es este Ricardo; un torrente incontenible de razón, y de crueldad, en estado puro, descarnado y jubiloso, como aquel ángel caído que se empeña en remontar el vuelo. Luz, color, ritmo trepidante, no hay un solo instante de remanso, no hay tiempo que perder, todo es ganar y ganar, aprender y aprender, vencer y triunfar, sufrir y morir. Y luego los aplausos. Y luego el silencio. Y las luces de platea, y las preguntas, planteamientos. Dos horas como dos minutos, como una vida entera. Una vida, la de Ricardo, expuesta desnuda a nuestros ojos bajo la piel de un Israel somatizado de principio a fin a un texto imposible, a un personaje que no creímos jamás sintetizable en un laboratorio. Milagro palpable a pocos metros. Elenco perfecto, nadie sobra y nadie falta. Mujeres odiosas que solo lamentan y lloran. Asesinos entrañables con acentos regionales. Alcaldes lameculos símbolo de ignominia. Penas, dolor y muerte. Solo la felicidad del logro detestable. El ángel roza, con la yema de los dedos, la fina capa de la superficie del cielo. Y nosotros con él, poco acostumbrados a tan altos vuelos; vértigo y asombro. Para que se hagan Ustedes una idea, hasta Francisco Franco levantó su regia cabeza. Qué más les puedo contar!
Una corte Real, la de este Ricardo, emparentada a todas las cortes, a todos los siglos. Un siglo el nuestro, al que este Ricardo nos ha obligado a mirar atrás para que nos demos cuenta de la nada que hemos avanzado. El mismísimo Rey, al que todos nosotros estamos hoy subyugados, debería mirarse en el espejo de su primo, lejano sí, pero primo al fin. Por no hablar en general, por intentar hablar de lo concreto. Concretamente ayer se alzó ante nosotros el rostro de la realidad. Explicada con textos del XVI e interpretada por seres del XXIII. A lo menos.
Texto de Marc Puig, actor y crítico de teatro.
«Ricardo III» de William Shakespeare. Versión de Miguel de Arco y Antonio Rojano.
Teatro Pavón Kamikaze. Hasta el 17 de noviembre. ENTRADAS AQUÍ.
Teatro: “Ricardo III nos ha obligado a mirar atrás para que nos demos cuenta de la nada que hemos avanzado”
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