Es el último domingo de Agosto y el calor nos ha dado una pequeña tregua en Madrid. Un día perfecto para hacer un plan diferente. Elegimos visitar el Museo Sorolla por ser el último día de la exposición temporal «Sorolla. Dibujante sin descanso», donde se muestra la faceta menos conocida del pintor a través de más de 100 dibujos, todos ellos de la colección del Museo Sorolla, a excepción de tres, cedidos para la ocasión por la Universidad Complutense de Madrid y que se exhiben al público por primera vez.
Por Loreto Barro.
Aunque el mes de Agosto en Madrid presenta un considerable vacío de gente, y más ahora, sin turistas, compramos la entrada con un día de antelación a través de la web y vamos con hora, las 11.45h., perfecta para quien no sea de mucho madrugar en fin de semana. (Entrada gratuita hasta el 31 de Agosto. Precio habitual: 3 €)
El Museo Sorolla se encuentra en la casa que fue vivienda del pintor y su familia desde 1911, situada en la calle General Martínez Campos, nº 37. Accedemos por el jardín, dividido en tres partes diferenciadas, la primera se inspira en el Alcázar de Sevilla, en la segunda destaca el canal de agua que recrea los patios del Generalife de Granada con la escultura «Togado romano» al fondo y en el tercer tramo, que da acceso al museo, se encuentra el estanque presidido por la «Fuente de las confidencias”. Todo ello rodeado de vegetación y elementos que recuerdan a los patios andaluces.
Aunque llevamos entrada, esperamos unos minutos, ya que el acceso a cada una de las salas del museo está controlado en cada momento y no se permite la estancia de más de 10- 15 personas en cada una de ellas, en función de las dimensiones de las mismas.
Evidentemente, la mascarilla es obligatoria, hay gel hidroalcohólico a la entrada y señalizaciones a lo largo del recorrido para mantener la distancia de seguridad en todo momento. El paso de una sala a otra se hace en función del aforo permitido, controlado por uno o dos vigilantes en cada sala que se comunican a través de walkie talkies: por cada persona que sale, otra entra en la sala.
La colección de cuadros del artista valenciano Joaquín Sorolla (1863-1923) se distribuye a lo largo de todas las estancias visitables de la casa, que conserva parte de la decoración y el mobiliario original de la misma.
Durante todo el recorrido se pueden ver los cuadros más representativos del pintor, con el colorido y la luz que los caracteriza, y la evolución de toda su obra pictórica.

El mar es el protagonista de la mayoría de los cuadros que cuelgan de las paredes de la sala que fue su estudio, donde se conservan su mesa de escritorio, el rincón de pintura con sus pinceles y pinturas, caballetes y todos los objetos de arte de los que gustaba rodearse.
Después de recorrer las tres primeras salas, donde se expone la mayoría de sus obras en paredes pintadas de rojo, pasamos a la exposición temporal (recientemente finalizada) en la que se muestra al Sorolla dibujante.
El pintor no sólo dibujaba bocetos de sus cuadros, sino que también utilizaba el dibujo para plasmar escenas cotidianas de la vida de su familia (Clotilde, su mujer, y sus tres hijos), su gran piedra angular, pero además solía dibujar en el reverso de las cartas del menú mientras esperaba a ser servido en un restaurante o cuando asistía al teatro hasta que daba comienzo la función, dejando testimonio gráfico del ambiente burgués de la época. Así mismo, sus viajes a grandes ciudades como París, Nueva York o Londres fueron fuentes de inspiración en una serie de dibujos y notas de color pintadas al gouache.
La parte final de la visita al museo son otras estancias del que fuera el hogar del pintor, entre las que cabe destacar el elegante salón con sofás amarillos y una gran lámpara de Tiffany, comprada por Sorolla en uno de sus viajes a Nueva York. Espacios con mucha luz, decorados con retratos familiares pintados por él mismo y una gran colección de esculturas de reconocidos artistas, así como objetos de decoración de la época, fundamentalmente cerámica.
Acabamos la visita recorriendo de nuevo los jardines donde el pintor y su familia pasaron, a buen seguro, muchos buenos momentos, los mismos que nos hacen pasar a los visitantes del museo al poder admirar tanta belleza.
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