Cloudy Bay
Un blanco de Nueva Zelanda, de la región vitivinícola de la D.O. de Marlborough. Pocos meses en barrica le dan equilibrio y una acidez refrescante. En boca revela cítricos maduros y mineralidad. “Es la mejor expresión de la variedad Sauvignon Blanc del mundo”, según Rafael Cubero. Precio: 28€.
Palo Cortado
Lustau Península Vino de Jerez, de variedad Palomino 100%, envejecido 12 años en botas de roble americano por el tradicional sistema de Criaderas y solera. Seco, sabor a avellanas, vainilla, café y chocolate negro. “Un vino de Jerez entre amontillado y oloroso. Complejo y lleno de personalidad”. Precio: 18 €.
Victoria Nº2. Jorge Ordóñez
Moscatel dulce ligero de cultivo ecológico. Se sirvió en la gala de los Premios Nobel de 2012. «Tiene unos aromas increíbles a azahar y cáscara de naranja, y no es nada empalagoso”. Precio: 18 €.
TR3smano
Tinto de Ribera del Duero. 100% Tempranillo con 18 meses en barrica nueva (75% roble francés 25% roble americano). Es boca tiene sedosos taninos, acidez y persistencia. “Un gran tinto. Un descubrimiento”. Precio: 30 €.
Champagne Lallier
A.O.C. Champagne, Aÿ, Francia. Un Blanc de Blancs. Brut. 100% Chardonnay. Elaborado con el mosto flor y levaduras autóctonas, sin aromas a madera o licor de expedición. Envejecimiento de 36 a 48 meses. “Un champagne muy gastronómico. Marida muy bien con arroces melosos, caza menor, como la perdiz, incluso con estofados ligeros”. Precio: 52 €.

*Bodega Santa Cecilia es la vinoteca más antigua de la ciudad de Madrid. Se abrió en 1922. Actualmente vende más de 5.000 referencias de vino y destilados, una barra de degustación, imparte catas y cursos, organiza viajes a bodegas de todo España y tiene un excelente servicio de asesoramiento.
Bodega Santa Cecilia tiene dos tiendas en Madrid: Calle Bravo Murillo, 50 y Calle Blasco de Garay, 74.
¿Por qué brindamos?
Hoy es un acto de celebración, pero la historia cuenta que esta costumbre se remonta al IV a C. cuando en la antigua Roma era muy normal asesinar a tu adversario con veneno en la copa. Así, el anfitrión, en acto de confianza con su invitado, juntaba las copas y hacía que el vino pasara a la otra copa, demostrando que no había vino envenenado.